Imaginemos por un momento el Sitio de Leningrado en 1941, Segunda Guerra Mundial, Alemania intentando invadir la extinta Unión Soviética, un invierno de los más crudos que se habían visto en años, la cadena de suministros a punto de colapsar... La mesa estaba servida para un desastre, y lista la carnicería. Más de dos millones de muertos entre civiles y militares, eso si, esta cifra no incluye el número indeterminado de desaparecidos o a la multitud de heridos.
En nuestro interior tenemos un crisol inmenso en el que se fraguan a cada poco terribles batallas -como la que les comento del Sitio de Leningrado- que en muchas ocasiones no somos conscientes de ellas, pero esas luchas internas no se comparan con culaquiera que hayamos tenido la oportunidad de ver en una película, documental o leído en una crónica, por cruenta que esta sea. Y esto es debido a que en ninguna de esas batallas descritas con anterioridad somos partícipes, en esas luchas que ocurren en nuestro interior somos los protagonistas y los principales afectados o beneficiados.
La vida en si es una lucha, desde nuestra concepción comienza nuestra lucha y termina con la muerte, que no es que perdamos en la batalla por la vida, sino creo que con la muerte inicia otro tipo de lucha que no conozco... Sin embargo, a pesar que durante toda la vida nos la pasamos luchando, muchas veces no aprendemos a luchar, o peor aún, no aprendemos a ser guerreros y rehuímos de la lucha, apredemos pronto a jugar el papel de víctima y pretendemos que nuestras luchas sean peleadas por otro...
Las luchas que suceden en nuestro interior aparecen de las más diversas formas -intentos de cambiar, de olvidar, dietas, enfermedades, tentaciones...- y muchas veces exigen demasiada energía, al punto que nos desconcentran de lo importante y se quedan dando vueltas en nuestro interior. Cada lucha que ganamos incrementa nuestra fuerza y nuestra confianza, nos ayuda en el camino de nuestra progresión, esa pequeña victoria muchas veces pasa desapercibida, pero si que nos ayuda; pero... A veces hay luchas que no se ganan, y qué pasa con ellas? Ellas lesionan severamente nuestra integridad psíquica, a tal punto son sus terribles efectos que se manifiesta bajo la forma de depresión, infravaloración, imagen distorsionada de uno mismo y el más temible de sus efectos: crea un registro de IMPOTENCIA en nosotros. Y lo peor de este registro de impotencia es que muchas veces nos condiciona a tal punto que no volvemos a ponerlo a prueba.
Junto a esta IMPOTENCIA generada, concurren los DEMONIOS INTERNOS a los que hiciera alusión con anterioridad y contribuyen a magnificar -como si se tratara de un lente de aumento- nuestra percepción y el dolor por la derrota que nos infringieron. Es por ello que esta IMPOTENCIA que sentimos cuando perdemos alguna de nuestras luchas internas tiene efectos devastadores en nosotros, nos encierra en una burbuja que impide el contacto con la realidad, es normal que nuestra estructura psíquica y nuestro organismo tiendan a alejarse de lo que nos es dañino, pero esa evitación derivada de la impotencia nos hace cobardes, nos hace apocados, nos aleja de el camino de nuestra progresión como personas.
Tristemente esa es la realidad, los efectos de una lucha interna perdida son más sensibles en nosotros que los de una lucha ganada...
tristemente asi es nos damos por vencidos, en vez de seguir peleando por alcanzar lo que queremos y a la hora de tropezar levantarnos y buscar otros caminos, pero no dejarnos caer porque las cosas no salen como queremos o esperamos, tenemos que ser fuertes y tratar siempre de ser felices y tenemos que tener siempre presente todo lo que hemos alcanzado y que nos falta mucho mas.....
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